jueves, 2 de enero de 2014

El Escritor

Bueno, después de mucho tiempo buscando, encontré el relato que estaba buscando desde hace tiempo, así que ahí va. Es larguillo pero a mí me encanta, a ver qué opináis :)

Liz observaba la lluvia en silencio a través de la ventanilla del coche. Iba con sus padres hacia el viejo caserón de su tío abuelo, que había muerto una semana atrás. En sus diecisiete años de vida nunca lo había visto, pero le había dejado herencia a su madre y por lo tanto tenían que estar presentes en la lectura del testamento.
La mansión estaba alejada de la ciudad, ya que su dueño había sido una persona solitaria, así que el trayecto era largo y aburrido. Liz se distraía mirando cómo las gotas resbalaban una a una por el cristal, intentando adivinar cuál acabaría antes abajo. Llegaron y atravesaron el vasto jardín principal de la casona, sembrado de abedules, lo que le daba un aspecto un tanto siniestro.
La gran casa bien podía parecer en mal estado, debido a su antigüedad, pero aún así se mantenía en pie a pesar del paso de los años, sin una sola grieta que atravesase sus paredes. Entraron y fueron conducidos por un viejo mayordomo hacia el salón principal, donde esperaban algunos de los que habían sido mencionados en el testamento.
Era un espacio grande, cuyas cuatro paredes desprendían frialdad, cubiertas de enormes cuadros de rostros serios. También había una chimenea apagada y unos pocos sillones esparcidos sin orden. Pero lo que más llamaba la atención era la lujosa vitrina de cristal que presidía el salón. Dentro había un libro de tapas negras, más parecido a un diario, porque tenía dos cerraduras de metal, con un tallado floral. El mayordomo parecía alardear de aquel ejemplar, repitiendo una y otra vez su alto valor monetario.
Los que faltaban fueron llegando y, cuando todos estuvieron reunidos, pasaron al que había sido el despacho del difunto, precedidos por el notario y cerraron la puerta tras ellos dejando a Liz sola, con la promesa de acabar pronto. Ella decidió esperar en el vacío pasillo, paseando de un lado a otro.
Pasada media hora, se había recorrido el corredor de derecha a izquierda, suficientes veces como para conocerse todos sus detalles a la perfección. Empezaba a aburrirse, así que decidió que seguramente al tío abuelo de su madre no le importaría que hiciese una rápida visita a su casa. Total, estaba muerto, no había nada que esconder.
En el ala este estaban el gran salón, el despacho y el pasillo donde se encontraba. Había unas enormes escaleras que llevaban hacia una planta superior pero, cuando estaba a punto de poner el pie en el primer peldaño, su vista se desvió hacia la derecha, descubriendo una puerta que quedaba camuflada. Inmediatamente decidió que la segunda planta podía esperar a que explorara lo que había allí detrás.
Era una puerta pesada, de roble y recubierta de varios tipos de cerrojos, con un antiguo candado, algo inservible, puesto que había un gran manojo de llaves colgadas junto a la puerta. Después de diez tortuosos minutos arrastrando los atrancados pestillos y otros pocos empujando con todas sus fuerzas, logró entreabrirla lo suficiente como para poder pasar al otro lado sin dificultad.
Había unas escaleras de piedra, iluminadas sólo por la poca luz que entraba por el hueco de la puerta entreabierta. Cerró los ojos unos segundos para acostumbrarlos a la semioscuridad y comenzó a bajar, apoyándose en el frío muro a su derecha. El ambiente fue volviéndose húmedo conforme bajaba y al llegar al último escalón se encontró con una red de pasillos, iluminados débilmente por varias antorchas muy distantes entre sí. Eligió uno al azar y continuó andando. A ambos lados había aperturas, unas con puerta y otras sin ella, que daban a pequeñas habitaciones vacías, sin ningún otro mobiliario que un poyo de piedra. Tardó poco tiempo en averiguar lo que era aquello, estaba rodeada de antiguas mazmorras.
Cualquier otra chica de su edad habría salido corriendo de aquel sitio y habría vuelto al pasillo, junto a la puerta del despacho, a esperar la salida de sus padres, pero ella era diferente y no tenía miedo. Así que avanzó para observar detenidamente todas las estancias. Llegó un momento en el que se acabaron las puertas y el corredor continuaba hacia delante, pero decidió ir hasta el final. Al fondo, se encontró el pasillo bloqueado por una verja de hierro, en la que había una puerta. Se había dado la vuelta para regresar cuando escuchó unos murmullos a su espalda. Se volvió y se agarró a los barrotes para intentar vislumbrar qué era lo que había al otro lado. Recorrió la habitación con la vista hasta descubrir, sentado en una esquina, a un ser que se mecía abrazándose las rodillas mientras susurraba palabras ininteligibles. Liz se quedó observándole esperando que notase su presencia, pero al ver que el extraño parecía no reaccionar decidió hablarle.
-         Hola – le dijo y comprobó que, en efecto, el desconocido no la había escuchado acercarse, puesto que dio un gran salto hacia atrás al verla.
Era un chico escuálido. Llamaban la atención la palidez de su rostro y su piel, color ceniza. Su pelo alborotado era negro, oscuro como la noche más cerrada y sus ojos, grises, profundos, tanto que parecía verse su alma a través de ellos. Vestía únicamente unos gastados vaqueros, quedando al descubierto su delgado torso.
Más extrañado que asustado, la miró fijamente a los ojos, como intentando descifrar si sus intenciones eran o no buenas.
-         Hola – volvió a repetir, esta vez con una sonrisa -, soy Liz.
El chico siguió en silencio, observándola desde la esquina, sin atreverse a abrir la boca.
-         ¿Quién eres? - siguió intentándolo ella - ¿Qué haces aquí encerrado?
Al ver la inocencia de la chica, por fin se atrevió a hablar.
-         Jack – susurró. Su voz era tan suave y dulce que no parecía humana.
-         ¿Ese es tu nombre? ¿Jack?
Él asintió y siguió mirándola con curiosidad, sin decir nada más.
-         Veo que no eres muy hablador ¿por eso estás aquí?
El chico comenzó a reír con una risa siniestra y sombría, que hizo que Liz se echase hacia atrás, asustada.
-         ¿En verdad piensas que iban a encerrar a un chico por no hablar? – le preguntó.
-         Ha sido lo primero que se me ha ocurrido – contestó ella en un susurro consternada aún por la reacción de él.
-         Siento haberte asustado – se disculpó – simplemente me ha hecho gracia la pregunta.
Los dos quedaron en silencio de nuevo, observándose por largo rato el uno al otro con cierta curiosidad. Al ver que ella era ahora la que no hablaba, Jack tomó la palabra.
-         Estoy aquí por una larga historia, pero quizás si me ayudas a salir de aquí puedo contártela – dejó caer levantando una ceja.
Ella lo miró detenidamente. Estaba hablando con un encarcelado, podía ser perfectamente un ladrón, un loco, un asesino… pero el chico le inspiraba tranquilidad, así que acabó aceptando.
-         Está bien, empezaré desde el principio, contándote quién soy y lo que es más importante: qué soy – dijo él como introducción.
Soy un Escritor. Los Escritores no somos humanos, somos seres con una capacidad especial para expresar a la perfección nuestros sentimientos con palabras y poder entrelazarlos en las historias que escribimos, dejando en ellas, como sello, parte de nuestra propia alma.
Somos solitarios, seres que como única compañía tenemos a nuestra conciencia. Nuestros sentimientos son los más fuertes y  profundos que pueden existir, pero aún así, tenemos prohibido enamorarnos y mantener una relación con cualquier humano, porque somos seres semieternos, es decir, vivimos indefinidamente hasta que no nos queda nada que contar, seres que nadie, excepto nosotros mismos, (y tú ahora) sabemos de nuestra existencia y nuestro secreto debe quedar oculto. Estamos destinados a observar el mundo sin poder ser parte de él, a vivir mimetizados con las personas sin llamar la atención, a viajar de unos lugares a otros y aprender continuamente de la gente que nos rodea.
Cada escritor posee un cuaderno especial, algo así como un diario. Este contiene su alma sin máscaras, su esencia más pura. En él, las palabras fluyen en completa armonía y crean la composición exacta y perfecta de la verdadera naturaleza de su dueño. Debido a esa perfección, ese cuaderno podría destruir a cualquier ser humano que lo leyese si no tuviese la fuerza suficiente para soportar todo el sufrimiento que queda en él plasmado, un sentimiento que ninguna persona sería capaz de describir, tan hiriente, que las palabras parecen gritar desgarrando el corazón de aquel que las lee.
Si cualquier historia que escribimos está interconectada  a nosotros por un estrecho lazo cuando sólo contiene  parte de nuestra alma, es inimaginable la relación tan profunda que existe entre las palabras del cuaderno y su dueño, tanta que podemos sentir a través de él. Así  que, la mayoría de las veces que un Cazador lo roba, el Escritor no soporta la angustia y acaba quitándose la vida, desapareciendo el diario con él. Si por el contrario, es el cuaderno el que se destruye, su Escritor queda sin alma, como una simple carcasa vacía que vaga sin rumbo y termina muriendo.
Te preguntarás qué es un Cazador. Pues bien, existen humanos que saben de nuestra existencia, humanos de perverso corazón, que se dedican a seguirnos el rastro y cazarnos como si fuésemos bestias para tener control sobre nosotros. Y consiguen un total sometimiento cuando se hacen con el cuaderno del Escritor. De esta forma nos chantajean a fin de  que escribamos para su provecho…
La voz de Jack se había ido apagando poco a poco con la última frase hasta que el silencio les invadió, y ninguno de los dos fue capaz de romperlo en los minutos siguientes. Liz observó al extraño muchacho, que tenía la mirada perdida en el suelo.
-         Por eso estás aquí – afirmó, más bien para sí misma, comprendiéndolo todo.
-         Exacto – respondió él con una sonrisa, levantando el rostro para mirarle a los ojos -. ¿Me ayudarás a salir?
-         Una promesa es una promesa.
Sacó el manojo de llaves de su bolsillo y buscó una que encajase en la cerradura. Al momento la puerta se abrió. El chico se levantó y al pasar junto a ella le dio las gracias y volvió a sonreír.

Liz se quedó inmóvil en el pasillo, observando como el Escritor recuperaba su libertad. Pasados unos minutos subió y colocó las llaves donde las había encontrado. Se dirigió al salón principal, desde donde se escuchaban voces alteradas. Entró y se fundió entre los presentes. El mayordomo se encontraba en el centro de la habitación, agitando las manos mientras gritaba descompuesto. Al principio no entendió qué era lo que le había trastornado tanto, hasta que se dio cuenta de que la vitrina estaba vacía. El libro había desaparecido, pero Liz sabía que ahora estaba con su verdadero dueño.

2 comentarios:

Destartalada dijo...

Hola verás estuve mirando la lista de "Apadrina un blog"... Hace poquito que pasé de ser ahijada a ser madrina y creo que va siendo hora de me estrene como madrina.
Entré en tu blog por curiosidad y me gusta mucho lo que haces y como escribes, aquí la señora también lo intenta.
Mira te dejo mis dos blogs para que les eches un vistazos y veas si me ves bien:
sonrisasmomentaneas.blosgpot.com
algomasqueuninfinito.blogspot.
Y te dejo mi email por si quieres contactarme si prefieres dejamelo en un comentarios.
Besos.
Te sigo.

Anónimo dijo...

Holaa!! Me ha gustado bastantemente mucho. Me asombra cada vez que leo algo tuyo la capacidad que tienes de atraer la atención del lector y engancharlo. Sigue así porque lo que escribes es precioso.
Saludos

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